domingo, 22 de noviembre de 2009

Confesiones desde el "desparramatorio"

Un hermoso y emotivo fragmento del capítulo "El cuerpo de la escucha", que forma parte del libro Repensar lo corporal, escrito por la psicóloga-dramatista Adriana Piterbarg.

Estar escuchante

La burbuja de intimidad que se construye en el encuadre psicoterapeutico ofrece la ocacion de volver a habitarse, abriendo ciertas compuertas para demorarse en el estar en si. No son las palabras del analista las que desatan el nudo sino su peculiar manera de ir cartografiando la escucha. Paciente y terapeuta iniciamos un viaje por una especie de cinta sin fin, buscando un horizonte que nunca deja de estar lejos y siempre está al alcance de la mano. Aparentemente hay puertos donde soltar amarras, puertos donde anclarse, señales que demuestran que no todo fue naufragar, pero la orilla atesorada es lograr una coincidencia con uno mismo, que cada cual atienda su juego siendo el timonel de su propia embarcacion, respetando su singular manera de viajar. A lo largo de mi recorrido como psicóloga clínica he logrado desaprender varias cosas e incorporar otras tantas. Reconozco gratamente que cada uno de mis pacientes ha sabido despabilar diferentes recorridos de mi escucha corporal. Para ellos entonces, estas palabras como una forma de agradecerles desde el cuerpo de la escucha.

Se enciende la luz de tu relato, tus palabras aletean amarillas llevándome a mirar la lluvia en el patio de atrás de tu vida... Y allá vamos... Y así estamos... Y estos somos... Paciente y terapeuta en el paraje cósmico al que mal llamamos "consultorio". En realidad no hay nada por consultar sino mucho por desparramar: tristezas añejadas, dulces sueños, complejas complejidades, dudas inquebrantables, confusos haciadondes... ¡Tanto por desparramar!. Creo que para ser más precisos deberiamos llamar "desparramatorio" a este espacio donde los bordes entre el malestar y el bienestar se tornan más difusos.

Tus palabras siguen aleteando, ahora son rojizas casi carmín, sin mucho desparpajo van desabrochando seductoramente el límite de lo que sos, perfilando tus claros-oscuros. Y estamos solos... Y estamos juntos... Y estamos solamente juntos... Después de todo no hay mejor paraíso que una buena sombra. Esto pretendo ofrecerte con el abrigo de mi recepción, aunque a veces...
Siguen tus palabras de un color azul cobalto, delineando tus horizontes, entre heridas marchitas y resplandecientes: son cataratas, aluviones, cuentagotas; son laberintos, autopistas, callejones; son pollitos mojados, dinosaurios o un buen avestruz... Y te veo volver, sufrir, crecer, perderte, y me veo escuchar, sonreír, dudar, moverme... Un silencio, un flash, un santiamén, una eternidad.
Vuelven tus palabras al túnel de mi escucha. ¿Son verdes o violetas? El viento de tu ahora va al galope levantando polvareda, y yo no se adonde habrá quedado mi montura. Mis ideas se despeinan, amanecen las preguntas: ¿Dónde se posarán tus palabras sin retorno? ¿Dónde desensillar el silencio de la angustia? ¿Dónde estará Irma, mi psicóloga?.

Mi alma se sacude, se acomoda, intentando aterrizar junto a la tuya. Acelero el motor de mi escucha, comprobando que mi atención esté flotante y mis flotadores atentos. Busco un espacio, una suerte de lienzo donde entrelazar tu colorido, y en ese salto al vacío - que algunos llamamos insight- veo a tu alma presurosa saltar hacia otro escondite... ¿O estarás buscando nuevos colores?...
Seguiremos la próxima sesión, desparramando en el "desparramatorio", este conglomerado de voces subterráneas, refugio de intimidades, donde vivo la magia de desparramar ante tus ojos mi "estar escuchante".

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