miércoles, 7 de octubre de 2009

City Zen

Un nuevo capitulo que aparece en mi vida. Una cerca de cañas de bambú me rodean y la simpática camarera me viene a tomar el pedido. Es martes por la noche y se me antoja una cerveza. Nadie alrededor mío en una soledad que sabe a miel en mi boca. Frente a mí una tenue vela, una lapicera que plasma mis certeras emociones, una bebida que me sumerge en un mundo de melancolía, como en tiempos de tango... y la misma vela que ahora es sacudida por un viento cargado de sentimientos.
Se divisa por allá a lo lejos un cartel que dice salida. ¿Serán profundos llamados ajenos a esta situación divina?, no me interesa y lo esquivo con la mirada. Pero son tres llegados al lugar, que me arrebatan esta soledad mía. Quisiera poder decirles que se vayan, que este espacio de tranquilidad me pertenece. Seguro que me miraran como un alma misteriosa, con una extrañes que me completa como ser humano. Los ruidos de los colectivos, pronto se transforman en tambores que resuenan a un tiempo de carnaval, en la estrañeza de un pueblo fantasma.


Y esas voces... ¿de quiénes son?... Mias no, porque me remonto al silencio que me encandila. Así me siento tranquila, pequeños momentos que me hacen vibrar. Me sumerjo en mí, y así estoy bien. Un tiempo atrás no sabia cosa tan grandiosa como saber disfrutar momentos de soledad, ¡como he podido derrochar tanto tiempo sin amigarme con su compañia!...
La noche alta, las luces bajas, alumbran esas hojas arboledas que se tambalean a un compas vivo, tan mío. Se mueven de un lado a otro, como bailando un son muy especial. Y descubro luego una llama azul fuego como si fuese parte de alguna exposición, como si de arte en manifiesto se tratase. La observo contenta. Nadie más se dió cuenta, tal vez esa dulce explosión a mis ojos les pertenece. Como tantos elementos hermosos, me rodea también la madera. Esta madera transmutada en sillas, me brinda simpleza, pero sería la culminación perfecta de este acto, que este espíritu pueda ver tan sólo un tronco roído por hormigas trabajadoras.
... Y esta vela que aún me alumbra, se asemeja a mi alma. Luz que el viento intenta apagar derrite visiones que aquellos otros no pueden comprender. Y así sigo yo, en esta noche tan desvelada, esperando a que mi hermana venga por mí, pues el tiempo de conexión que hasta hace unos instantes había logrado ya paso. El espacio de silencio interno e inspiración que hace rato me cree, ya no me resulta comodo. Más personas llegan al lugar y tranquila ya no estoy.
Caliento mis manos con esta vela como si fuese hoguera. La noche para mí ha terminado, y la llama finalmente se consumió.

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