Para poder tocar bien a un ser, despertando en él su Yo esencial, debemos concentrar en nuestras manos la fuerza corporal, libidinal, emocional y mental. Sentir en ellas el espacio infinito, el tiempo eterno, el amor inconmensurable que es raíz de la materia, la grandiosa alegría de la vida. Cuando tocamos al otro podemos transmitirle todo ello.
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